Ira.

Mi boca tenía un horrible sabor a hierro, apenas sí podía incorporarme, sentía un martilleo constante en mis sienes, estaba sudando y olía como si hiciera semanas que no pasaba por el agua. Quizás fuera así, dada la imagen de desorden que vislumbraban mis ojos entreabiertos.

La verdad no reconocía aquella estancia. La persiana estaba medio echada dejando entrar haces de luz nocturna, las paredes tenían manchas, el suelo estaba lleno de periódicos arrugados, envases de comida rápida, una botella rota y un par más vacías, había ropa tirada por todas partes. Debió de haber sido una fiesta tremenda.

Traté de levantarme y al apoyarme sobre el colchón noté la dureza de un objeto que sujetaba mi mano derecha, levanté el brazo para ver qué era y horrorizado vi que asía una glock. Rápidamente la solté y salté de la cama, esto hizo que me mareara, sentí nauseas, el vómito se me precipitó en la boca y sin poder evitarlo arrojé sobre la cama una mezcla irreconocible de alimento y líquidos.

Tenía que salir de allí.

Recogí de encima de una lámpara unos pantalones y me dispuse a buscar un baño dónde asearme. En cuanto traspasé el umbral de la puerta me sobrevino una angustia que me dejó sin aliento, el miedo invadió cada fibra de mi ser, comencé a sudar nuevamente. Mi cabeza se llenó de imágenes de sangre y de gritos, un recuerdo de dolor extremo encogió mi alma y entonces el miedo se volvió furia. La piel comenzó a arder y el estómago rugió de rabia.

Hiperventilaba, la saliva seca se amontaba en la comisura de mis labios, la garganta se desgarraba por dentro y como un animal salvaje me moví por el espacio dando vueltas agarrando y lanzando todo aquello que encontraba en mi camino.

El crujido de unas tablas me puso en alerta, agudizando el oído escuché unos pasos que se aproximaban, me lancé sobre la pistola que antes había arrojado, la agarré con fuerza y me aproximé de nuevo a la entrada del cuarto, sentía la presencia acercarse, el corazón me iba a estallar, las gotas de sudor caían sobre mis ojos, una sombra cruzó rápidamente por el pasillo, estaba encima de mí, sin pensármelo, disparé todas las balas de la recámara.

La nariz se impregnó del olor a pólvora y el espació se llenó de un sonido suave como de campanitas repiqueteando.

Enfrente de mí estaban los seis agujeros de bala incrustados en un espejo de pie cuyo cristal hecho añicos se esparcía sobre el suelo.

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