Al final, silencio…

– ¡Buenos días amigos! Hace un día espléndido, 20 grados y son las 9 de la mañana.

La voz que salía del transistor despertó a Adam. Yacía bocarriba y semidesnudo sobre la cama. Alargó el brazo y de un golpe quitó el ruido, o al menos eso buscaba. Se incorporó despacio, sin dejar de mirar a la ventana abierta, susurrando para nadie.
– Un día más. Un día más…

Perezoso, salió de la cama y se dirigió al baño, allí estaba él, otra vez, en el pequeño espejo del baño, el reflejo de su propio rostro. Se contempló en él durante un rato, palpando los rasgos que veía.
– Tú no eres tú.- se dijo si dejar de mirarse-. ¿En qué me he convertido? Soy una alimaña sin sentimientos, me pagan por matar…

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no había prestado atención al sonido que llegaba de la habitación, el teléfono sonaba con insistencia. Aquel ruido le devolvió a la realidad, su realidad. El teléfono seguía insistiendo hasta que no tuvo más remedio que responder para silenciarlo.
– Adam – respondió una voz ronca al otro lado del auricular.
– Sí, qué pasa.
– Acércate por aquí. Hay trabajo.
– Está bien, ¿a media tarde?
La respuesta nunca llegó, sólo recibió un chasquido al otro lado y después el pitido intermitente de la línea. Colgó con rabia y tomó uno de los últimos cigarrillos de la cajetilla blanda que tenía sobre la mesa. Regresó al baño exhalando el humo profundamente mientras volvía a perderse en sus pensamientos, se movía casi como un autómata, abrió el armario y tomó la cuchilla de afeitar.
– ¿Por qué no seré capaz de ponérmela en el cuello y acabar con todo esto?

Las sombras de la pequeña habitación se fueron alargando según pasaban las horas del día, la calle estaba en silencio pero el ruido no cesaba en su cabeza. Paseaba por la casa como un león enjaulado, las manecillas del reloj no se movían. Cuando toda la sala se cubrió de penumbra supo que había caído la tarde. Salió del apartamento con las llaves en las manos y el pensamiento de siempre.
– Esta será la última vez que cierre esta puerta.
Caminó por la calle con pasos firmes y seguros, deseando titubear en algún momento. No era posible. Sería humano.

Pero sólo era un depredador en busca de su presa, así de cruel era la naturaleza.

Avanzó por la calle deseando que alguno de los rostros con los que se cruzaba le detuviese, que algún otro ser humano leyese su mente y tuviera el valor de hacer algo. Sólo veía rostros preocupados, apresurados. Nadie le detuvo.

El sol ya se había puesto sobre las azoteas cuando llegó a un destartalado portal con verjas de la periferia. Estaba abierto. Un ascensor con pintadas le llevó al tercer piso. Tocó el timbre de la puerta A.
No hubo respuesta.
Tras unos minutos de silencio las manos le empezaron a sudar. ¡No podía permitírselo! Una voz ronca respondió al otro lado.
– Va, un momento.
Bajo el umbral, un hombre de mediana edad le cortaba el paso.
– Adam. Adelante.
– ¿Estás solo?
– Sí. Ponte cómodo.
Tomó asiento en un sofá, junto a una estufa eléctrica. Estaba relajado, tenía las manos secas. La voz ronca le lanzó sobre las piernas unas fotografías.
– ¿Los conoces?
Se tomó unos segundos para responder.
– No, ¿quiénes son?
– Sus nombres, no te importan. Solo sus caras.
– Está bien, ¿qué tengo que hacer?
– Lo de siempre.
Volvió a lanzarle una carpeta cerrada.
– Aquí tienes todas las instrucciones y parte del dinero, el resto al terminar el trabajo – y entonces la voz desapareció por el largo pasillo-. Ahora, vete.

Dejó atrás la periferia y llegó a un antiguo salón de té, convertido ahora en el “Café de Tony”. Conservaba todo el sabor de 1900. La puerta giratoria le introdujo en un ambiente decadente pero cálido. El olor a buen café le reconfortó.
Tomó asiento en una pequeña mesa del fondo y pronto apareció “Tony”.
– ¿Lo de siempre?
– Sí.
Se quitó la chaqueta doblándola meticulosamente sobre la mesa. Abrió la carpeta y leyó su contenido, absorbiendo cada palabra. Tony regresó sirviendo una taza humeante de café y una copa de Brandy. Bebía a pequeños sorbos, con la mirada perdida, casi adormecido por el olor del café.

El sol finalmente terminó por ocultarse y la noche tomó la ciudad, una vez más.

Miro el reloj y bebió el brandy de un trago. Volvió a ponerse la chaqueta con la misma lentitud de antes, soltó unas monedas en la barra y con un gesto de adiós se adentró de nuevo en la puerta giratoria. La calle estaba oscura.

Se detuvo, introduciendo la mano en el bolsillo de la chaqueta, sintiendo el frío metal de una pistola con silenciador, encendió un cigarrillo y empezó a caminar deprisa, igual que los rostros con los que antes se había cruzado, ya no había nada en su mente, sólo el trabajo.

Cruzó la ciudad a grandes zancadas, hasta que al llegar a un pequeño restaurante aminoró la marcha. Pasó de largo, comprobando su interior. Todo era correcto. Entró con calma y se sentó frente a una mesa ocupada por tres comensales. Había pocos clientes.
– ¿Que va a tomar el señor?
– Un whisky con hielo.
Era un águila observando a sus presas. Bebió mientras estudiaba cada rincón de la sala, hasta que uno de los comensales se levantó para ir al servicio. Lo siguió y antes de que abriera la puerta le disparó en la nuca, con el zumbido sordo del silenciador. Arrastró el cuerpo a su interior y abandonó los servicios con calma. Sin que nadie pudiera reaccionar disparó a bocajarro a sus dos victimas restantes y volvió a la calle.

Una carrera, un par de giros sin dejar de mirar atrás, varios callejones y algunas calles más allá y por fin estuvo a salvo. Paró un taxi y, casi sin aliento, le dio la dirección de su apartamento. Sintió la mirada del conductor a través del retrovisor, pero Adam ya estaba sereno.

Pronto estuvo de nuevo frente al espejo del pequeño armario, con el reflejo de su rostro, parecía extrañamente deformado. De nuevo el ruido. Sólo pudo gritar para callarlo.
– ¡No soy yo! ¡No soy yo!
Abrió el armario con furia para no verse.
Pero entonces vio cientos de rostros, mirándole desde fotografías teñidas de rojo, las reconocía todas, hasta que en una de ellas descubrió su propio rostro. Había gritos, lloros, lamentos rodeándole, aturdiéndole, se sentía mareado, asqueado… hasta que frenó el vómito que le ascendía por la garganta. Apretó los puños, tensionando los brazos, la mandíbula.
– Es trabajo – dijo firmemente.
Había sangre manchando el lavabo y las paredes. Salió del baño calmado y regresó con una toalla. La colocó cubriendo el espejo, se lavó las manos y se fue a dormir.
Por fin, silencio…

9 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Muy bueno también. Permites al lector entrar perfectamente en la escena. Un abrazo.

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    1. KativaWorks dice:

      Gracias!!! Por estar, por comentar, por compartir… Seguimos conectados. Un fuerte abrazo!!!!

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  2. Noelia dice:

    Es todo un placer leerlos. ¡Muy bueno! 👍

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    1. KativaWorks dice:

      Muchísimas gracias Noelia por tu apoyo!!! Sigamos fluyendo, seguimos en contacto!! Un fuerte abrazo y una sonrisa (la que nos has sacado) 🙂

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      1. Noelia dice:

        Ay! Y que dije, que os hizo reír? jejejeje –

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      2. KativaWorks dice:

        Sonreir, sonreir 🙂

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  3. streetc4r dice:

    Me atrapó mucho la entrada. Tanto que hice mis propias deducciones mientras se desgranaba el relato. Y pensé por un momento que Adam al descubrir su propio rostro en una de sus fotografías decidiría suicidarse. Supongo que hubiera sido más crudo el final. Es genial la historia y la forma en la que está redactada porque permite crear varios finales, e ir más allá de la trama en sí. ¡Muy bueno!

    Saludos…

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    1. KativaWorks dice:

      Streetc4r en un principio de hecho terminaba así 🙂 pero «al final» decidimos cambiarlo por dejarle vivo, por silencio 😉 Gracias por comentar compartir, nos alegra que te haya gustado, Un abrazo. seguimos conectados!!!

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    2. KativaWorks dice:

      Bueno, me permito añadir (porque acabo de leer), que nosotros no decidimos cambiarlo, fue el propio personaje quien decidió vivir. Esas cosas mágicas que suceden cuando escribes y de pronto un personaje se rebela contra su Dios. Ahora bien, ahora hay un sicario suelto por el mundo…

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