No quedan héroes

   De la noche a la mañana se había desatado una guerra, una muy distinta a la que todos creían conocer. Era una guerra en la que al otro lado de cada ser humano que caía no había otro ser humano disparando. 
  Un enemigo invisible puso en jaque a todo el planeta, a todos por igual, desde la ejecutiva del rascacielos de Manhattan al muchacho de la favela de Guayaquil; de la mansión de la estrella de cine al vecino de su calle. Se había llegado a la igualdad por el camino del dolor.

  Sin embargo de esa crisis surgió una ola de solidaridad que parecía unir a toda la especie hacia un objetivo común, aunque como sucede con todas las olas terminaría perdiendo fuerza o rompiéndose contra las rocas, y lo único que ellos podían hacer era surfearla e intentar sumar para que durara el mayor tiempo posible. 

   Se sentó frente al ordenador con la idea de redactar un texto que diera algo de impulso a esa ola, por pequeña que fuera la suma. Un reconocimiento a los héroes que libraban esta guerra.
   El cursor parpadeando sobre una hoja en blanco le devolvió una pregunta. 

—¿Quiénes son los héroes de esta historia? —se cuestionó en voz alta—. Los médicos, claro. Ellos están en primera línea frente a la amenaza.

 Aunque para ser justos había todo un equipo junto a ellos trabajando, doblando guardias y durmiendo muy poco. Empezando por todo el personal de limpieza que desinfectaban las zonas de riesgo y permitían al resto hacer su trabajo. Los técnicos de emergencia, que eran los primeros en entrar en contacto con la amenaza. Un sin fin de celadores y auxiliares que daban esperanza a los enfermos, hasta los propios pacientes que luchaban contra la enfermedad para hacerse más fuertes en el futuro.

  Tal vez podría hablar de su vecina, que trabajaba de enfermera en un hospital de la capital desde hacía seis años. Ella le había relatado, en un fugaz encuentro en el ascensor, cómo lo estaba viviendo de primera mano.
—Es duro porque somos las únicas personas que puedes llamar cuando te encuentras ingresado, y nosotras no podemos hacer más que darte ánimos y tratar de calmar tu dolor. Pero lo más duro es volver a casa con la preocupación de contagiar a los tuyos—. Al oír esas palabras no pudo evitar cierto recelo al pensar que compartían un espacio tan reducido como el del ascensor, sin embargo, tras unos ojos cansados y llenos de ojeras, ella esbozó una sonrisa que le trajo la calma—. Yo por suerte tengo a mi madre, pero hay compañeras que no tienen con quién dejar a los niños.

   De pronto se acordó de los niños. Todos esos pequeños encerrados en casas que ponían a prueba su imaginación al mismo tiempo que la paciencia de los padres. Todos esos padres que debían administrar fuerzas para llegar a fin de mes y a la vez animar a los pequeños. O los padres de esos padres que dedicaban su jubilación a cuidar a los nietos porque sus hijos tenían que trabajar.

   Pensó en su abuela, que llevaba más de seis meses en cuarentena porque ya no se podía mover. La misma que había sobrevivido a una guerra cuando era niña y cuya única ilusión, ver a sus nietos de forma ocasional, se había truncado por otra guerra muy diferente al final de su vida.
    O incluso los perros y los gatos y las mascotas que parecían sentir lo que sucedía a su alrededor y se acurrucaban junto a sus dueños esperando el momento de paseo para los dos.

    Entonces pensó en todos aquellos que no tenían trabajo, o la incertidumbre de los que aún lo tenían; en los locales cerrados de su calle y los autónomos que reinventaban sus negocios para seguir adelante.
    Los escritores que seguían alimentando conciencias con sus palabras, los músicos que trataban de insuflar fuerzas al espíritu.
  Los cuerpos de la autoridad que se esforzaban por levantar el ánimo con sus megáfonos, los militares que devolvían una sonrisa de tranquilidad. Los periodistas que lograban informar con objetividad sin alimentar el odio.
    Los camioneros y transportistas que pedían serenidad a los compradores compulsivos arrastrados por el miedo. Su mente viajó por toda esa cadena de trabajadores que seguían madrugando para que todo funcionara lo más cerca de la normalidad posible, los que se esforzaban en que el shock fuera más fácil para todos.

   Claro que si tenía que tener en cuenta a todos los que madrugaban, la lista de posibles héroes se multiplicaba al mismo nivel que la pandemia. De pronto todos le parecían héroes… no podía ser, sería como decir que nadie lo era.

  ¿Y los políticos? ¿Resultaría políticamente incorrecto decir que ellos también eran héroes? Eran los máximos responsables de la gestión de la crisis, el foco último de todas las críticas, si en algo se ponían todos de acuerdo era en no estar de acuerdo con ellos. Claro, que como responsables era lo lógico… ¿Era justo meterlos a todos en el mismo saco?

   Abrumado por tal cantidad de figuras heróicas que surgían en esta insólita guerra se desplomó hacia atrás en la silla. La página seguía en blanco, el cursor parpadeando. ¿Sobre quién escribir?

   Perdió la mirada por encima de la pantalla y encontró la respuesta en el horario de oficina que colgaba en el corcho de su despacho, el mismo que había dejado de tener sentido semanas atrás. El mundo se había parado y sin embargo no había dejado de realizar su trabajo ni un solo día, tratando de sumar en la medida de lo posible.

   Comprendió que los héroes eran todos aquellos que habían decidido sumar, pero no ahora en tiempos de crisis, sino mucho antes. Los que llevaban sumando con sus decisiones, con su trabajo, y que cuando llegó el momento en el que temblaron los cimientos, ellos siguieron sosteniendo todo el peso porque precisamente eso era lo que llevaban años haciendo, sumar.

 

Texto escrito para el concurso
Historias Sobre Nuestros Héroes
del foro Zenda Libros. 

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Héroes que ya comenzaban a sumar mucho antes de la crisis y que ahora siguen brillando aún más.
    Mucha suerte en el concurso. Salu2

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    1. KativaWorks dice:

      Mil gracias por tu tiempo y tus buenos deseos. Un abrazo, seguimos conectados!!!

      Me gusta

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