Una fuerza mayor.

el

—He escrito un texto, pero no sé si publicarlo…

«Amo a las gentes de mi país, a la gente de mi tierra.
Por su sentido del humor.
Porque somos orgullosos, pero cuando toca, también solidarios.
Porque pese a todas nuestras diferencias, somos capaces de salir a la calle y aplaudir al desconocido.

Porque esta situación, con medio planeta confinado en sus casas, está sirviendo para ver que los retrasados son cuatro, que los que hacen ruido y construyen la imagen de que la humanidad se pierde son minoría; que la mayoría tiene de cierto sentido común y piensa en el otro y no sólo en si mismo.
Amo a las gente de mi país, a la gente de mi tierra.
Porque sabemos reírnos de las desgracias y tomarlas en serio a la vez.
#tiempodeempatía»

Karen dejó de contemplar la ventana y leyó el texto que le mostraba Charlie en la pantalla del ordenador. Quizás fuera un poco tarde para publicarlo, pero no estaba tan mal.
—¿Y por qué no quieres publicarlo?
—Lo escribí hace unas semanas, cuando empezó toda esta historia. Me vino en los primeros días cuando se veía una ola de solidaridad, pero igual que sucede con las olas, fue perdiendo la fuerza y ahora sólo veo división… Ya no sé si sigo creyendo en mis propias palabras.
—Tú lo has dicho, es lo que tú ves—respondió ella con una sonrisa, y volvió a asomarse a la ventana contemplando la calle desierta.
Eran casi las ocho de la tarde y pronto comenzarían los aplausos, la rutina social de todos los días. Charlie se asomó a la ventana junto a ella, parecían dos niños asomados al abismo. 
—¿Sabes?—dijo Charlie— Al principio, pensé que era algo bueno.
—¿Cómo va a ser bueno? Están muriendo ancianos en residencias. Está muriendo la generación que salvó a dos generaciones, a sus hijos con su trabajo y a sus nietos con las jubilaciones.
—Efectivamente, a los que hemos dejado aparcados en residencias para que no interfieran en nuestras importantes tareas del día a día, los abuelos de los que sólo nos acordamos cuando mueren—respondió él algo abatido—. Por eso lo decía, porque durante unos días parecía que dejábamos de pensar en lo urgente y empezábamos a centrarnos en lo importante. Dejaron de importar las prisas, los despertadores… el odio… Los padres volvían a casa con sus hijos, el aire empezaba a respirarse más limpio, se escuchaban pájaros en lugar de motores… —por un momento parecía recuperar el entusiasmo, pero no tardó en esfumarse—. Pensé, o quería creer, que era la naturaleza dándonos una oportunidad, parando el mundo para que viéramos que la vida podía seguir funcionando sin prisa ni estrés, como si el planeta nos mostrara que la normalidad era el problema y que era necesario buscar una nueva. Todos estábamos unidos porque había un enemigo común, aunque fuera invisible, pero suponía una amenaza para todos.

A Karen no le gustaba verle perder el entusiasmo, no porque fuera su compañero sino porque le recordaba la pérdida de esperanza de todos y él era una persona particularmente positiva. En realidad, de eso iba el juego, de una lucha entre el negativo y el positivo, entre miedo y esperanza.
—El otro día estuve leyendo un estudio—continuó ella compartiendo una reflexión que le había venido hacía unos días—. Era algo así como la demostración de que el orden de los factores sí altera el producto. Elegían a un grupo de personas que se iba a operar y a la mitad les decían que en el  98% de las veces la operación salía todo bien; a la otra mitad que el 2% fallecía. El primer grupo aceptaba la operación sin problemas; el segundo no la hacía, o si lo hacían iban a la operación con miedo y ansiedad. ¡La mente y lo que puedes hacer con ella es alucinante! —añadió Karen llevada por el entusiasmo. Charlie la contempló empezando a comprender lo que quería decir. El sol del atardecer iluminaba todavía sobre las azoteas de los edificios. Tras un breve silencio para sentir la brisa, Karen continuó con su argumento—. Creo que nos están contando, o elegimos contar, la historia desde el punto de vista del 2%. Que hacen más ruido las noticias de odio que las de esperanza y todos nosotros, por alguna razón, preferimos contar esas que las otras.
—Pues no vas desencaminada, porque el otro día puse el informativo y pensé que había puesto el tablero deportivo, todo lleno de cifras de muertos. Nunca los veo abrir con las cifras de altas.
—También es cierto que si fuera al revés, sabiendo como somos, estaríamos en la calle, diciendo que están exagerando, que esto no es para tanto y bla… bla… bla… sin pensar en las consecuencias.
—Siento que nos están metiendo a todos en una guerra, o que estamos ya dentro de ella sin saberlo. Y no es una guerra entre países, sino entre corporaciones y entidades que gobiernan por encima de los estados. Se están moviendo las fichas en el tablero. ¿Tú cómo lo ves?
—Yo creo que se está librando una guerra, pero una guerra dentro de cada uno, entre tolerantes e intolerantes, entre el odio y la empatía.
—Al menos ahora ya somos todos iguales, ni razas, ni frontera, ni clases, sólo positivos y negativos—concluyó él recuperando la sonrisa ante las ironías del universo—. Hasta que aparezca una vacuna, claro.

El reloj marcó las ocho de la tarde y las ventanas empezaron a cubrirse de personas como palomas enjauladas que rompían en aplausos.
—¿No sales a aplaudir?
—Mañana.
Y con esa palabra, mañana, abandonó la ventana y regresó a su habitación. Karen pensó en ir detrás de él y convencerle de la parte positiva de los aplausos, pero entonces entendió que en ese momento necesitaba reflexionar y de nada servirían sus aplausos si no eran una manifestación sincera de agradecimiento.

Al día siguiente procuraron mantenerse  alejados de las redes, de las noticias, de todo lo que los distrajera de sus tareas, de todo lo que perturbara sus mentes. Se mantuvieron todo el día ocupados en su mundo. Al atardecer Charlie se levantó de su escritorio sin decir nada.
Al rato Karen fue detrás.

—¿Qué haces ahí asomado? Todavía no son las ocho.
—Hay un motivado que sale todos los días a menos diez y empieza a aplaudir de forma sonora y pausada, como satisfecho de toda la ciudad. Quiero ver quién es.
Ella se asomó a la ventana junto a Charlie.
—¿Por qué quieres saber quién es? —él se encogió de hombros.
—Todo esto de salir a aplaudir… no sé, me empieza a parecer borreguismo del rebaño.
—Pues al principio te emocionabas.
—Sí, era como escuchar música en directo, una melodía tribal de las que te remueven por dentro, como si todos repitiéramos un mantra, creando una corriente de energía positiva… luego empezó a distorsionarse, cacerolas, canciones variadas, espectáculos, aplausos a otras horas… ¿Por qué aplaudes tú? 
—Quizás en conjunto tengas razón y sea borreguismo o manipulación, o absurdez, quizás sea una rutina necesaria que nos hace creer que estamos fuera, no lo sé. Yo aplaudo porque mi aplauso me da fuerzas, y quizás las ondas de ese aplauso le den fuerzas a otro. Aplaudo por que yo sigo escuchando ese mantra, es una tontería lo sé, nada cambiará cuando acabe todo, aún no hemos entendido el juego pero durante unos minutos casi se siente el cambio, no en la gente sino en el interior de cada uno de nosotros.

Charlie la miró y entendió que necesitaba creer, habían discutido en varias ocasiones sobre si ver lobos o unicornios y sabía que aunque ella veía lobos su energía más de una vez los había conseguido transformar. 
—Eres de plomo derretido —le dijo sonriendo al tiempo que se daba golpes con el puño en su cabeza. Y se marchó dejándola en la ventana.

Se sentó en el ordenador y acabó el texto del principio, ese era su aplauso, su forma de agradecer todo lo bueno que tenía y sentía. Él también necesitaba creer, a su manera.

—¿Sabes? —dijo ella al volver—. Los lobos son unos animales realmente hermosos.
—¿Y tú sabes qué? Los unicornios no existen, pero que fantásticas historias se crean entorno a  ellos.

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12 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Jopé, que acertado todo, casi así me siento yo, como Charlie deseando ser Karen, y a veces como Karen bajo la sombra de Charlie. Que confuso es ser dos. Un texto precioso.

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    1. KativaWorks dice:

      🙂 Como en todo, hay una cara y una cruz, y no siempre se puede ser una u otra, sin oscuridad no hay luz, sin tristeza no hay alegría y sin dudas no se avanza…Gracias por aportar y por sentir, y sobre todo gracias por estar ahí. Un abrazo enorme Rosa, seguimos conectados!!!!

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  2. omarrodulfosanchez dice:

    Excelente relato, me gustó mucho. Atrapa desde el comienzo al final. Un placer leerte

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    1. KativaWorks dice:

      Muchas gracias Omar 🙂 Idem. Un abrazo seguimos conectados!

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  3. AlonaDeLark dice:

    me encantó, te sumerge por completo en su mundo

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    1. KativaWorks dice:

      Mil gracias AlonaDeLark Un abrazo, seguimos conectados!

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  4. erotismoenguardia dice:

    Este viaje me ha gustado, me encanta esta entrada! 👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼

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    1. KativaWorks dice:

      Mil Gracias erotismoenguardia sobre todo por estar y dedicarnos tiempo. Un abrazo,seguimos conectados!!!

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  5. La verdad es que al principio, yo también estuve en dudas sobre si debía aplaudir o no, pero la insistencia con la que se pedía, me hacía sospechar que se trataba de una maniobra de distracción o como muy bien dices en tu artículo «borreguismo del rebaño». Yo creo que hay otras maneras de apoyar a los que están en el frente de esta guerra sin final. Además, no puedo aplaudir cuando sé la cantidad de personas que han fallecido, las personas que han perdido a familiares que han ayudado a levantar este país y toda la gente que sufre en los hospitales. Quizá unidos logremos darles vida a los unicornios 🙂 Felicidades por tu artículo.

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    1. KativaWorks dice:

      Muchas gracias Livia de Andres por tu tiempo y por esta reflexión, a veces utilizan acciones espontáneas y derechos para otros fines, lo que si es cierto que hay que intentar seguir sintiendo y pensando por uno mismo y ver la realidad del lobo y del unicornio que no siempre es buena o mala. la lucha con el corazón y sin más pretensiones suele ser la que mueve el mundo Un abrazo, seguimos conectados!!!

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