Texto actualizado subido Enero 2019 celebrando un año en wordpress
Ahí estaba sentado en el sofá, rodeado de cajas y carpetas, rebuscando entre papeles de una forma metódica pero con un ritmo cada vez más desesperado.
Escudriñaba cada hoja con cuidado y luego la depositaba en un montón a sus pies. Yo permanecía a su lado observándole casi hipnotizada por ese movimiento de vaivén.
Cogía un papel, lo leía, lo desechaba y vuelta a empezar. A veces se paraba a echar una calada de un cigarrillo que parecía no consumirse, al igual que su esperanza de encontrar algo.
—¿Qué buscas exactamente? —le pregunté al cabo de dos horas.
Él me miró sorprendido como si hasta ese momento no se hubiera percatado de mi presencia, se encogió de hombros y siguió con su lectura, en silencio, estaba metido en una burbuja que le separaba del mundo real buceando entre las pertenecías de su padre.
Entendí que allí no hacía nada, no le podía ayudar, buscaba algo que solo él sabía. Me levanté y seguí con mis rutinas diarias. De vez en cuando me asomaba al salón y le veía en la misma postura, sin levantar la vista de aquellas hojas, el montón a sus pies cada vez era más grande.
Hacia el mediodía le llevé un bocadillo, sabía que no iba a parar a comer pero algo tenía que meter en el estómago, lo dejé con cuidado sobre uno de los montones, ni se molestó en mirar ni a mí ni al bocata, se limitó a cogerlo y devorarlo al mismo tiempo que continuaba con su labor.
Al final de la tarde volví a entrar en el salón preocupada, llevaba más de diez horas sin moverse. El montón de papeles y carpetas que por la mañana le rodeaban estaban cuidadosamente ordenados a sus pies. Había terminado de leer pero permanecía en la misma postura solo que ahora sus ojos enrojecidos miraban un punto fijo en la pared.
—¿Encontraste lo que buscabas?
—No —pronunció en un susurro y comenzó a llorar. Las lágrimas le rodaban por el rostro cayendo sobre su pecho.
Me acerqué a él y le abracé tan fuerte como pude envolviéndole en otra burbuja más segura. Se dejó hacer, cayó con levedad sobre mi regazo y lloró desconsolado con el cuerpo enroscado como un niño pequeño, que es lo que era en ese momento.
Al cabo de un tiempo indeterminado, se secó la cara con las mangas del jersey y se levantó bruscamente.
—¡A la mierda! ¿Sabes qué te digo? ¡Que a la mierda! —Sus facciones estaban tensas y su piel se iba enrojeciendo según aumentaba su cólera—. Ha sido una estupidez una pérdida de tiempo. ¿Qué pretendía encontrar?
Dió un puntapié a uno de los montones que estaban a sus pies, la torre cayó lentamente esparciendo los papeles por el suelo, hizo lo mismo con la siguiente y con la otra y con la otra… como un gigante pisoteando edificios, diseminando por todas partes las hojas de las construcciones que anteriormente había levantado con tanto mimo.
Cuando hubo terminado estaba casi sin aliento, jadeaba y luchaba contra sí mismo para que las lágrimas no volvieran a brotar, tenía los puños apretados contra sus muslos y la mirada fija en el mar de papeles que le volvía a rodear.
De pronto sus músculos se relajaron, se agachó y empezó a coger los papeles otra vez, de su boca salía una carcajada, un tanto siniestra, mientras sus ojos se abrían en una mueca de asombro y locura.
—¡Que imbécil soy! Estaba aquí, todo el tiempo estuvo aquí. ¿No lo ves? ¡No era el qué, era el cómo!
Yo me levanté y me acerqué a mirar sin entender nada, me arrodillé a su lado y observé esa maraña de hojas, leyendo palabras al azar que a mí no me decían nada, no veía nada.
Le miré sin comprender. Él volvió a carcajearse, se levantó y, de la estantería, sacó sus libretas de apuntes y las tiró abiertas en el suelo quedando solapadas entre los papeles de su padre.
—¿Ahora lo ves?
Volví a mirar y como pasa en esas películas en las que la clave de un misterio aparece de repente y la ves destacar sobre la realidad remarcada en letras doradas, vi a qué se refería. Las palabras comenzaron a tomar sentido en mi cabeza, y entendí lo que estaba diciendo.
—Ahora lo veo —le dije emocionada.
—No tenía que encontrar una palabra específica que me uniera a él, que me hiciera sentir que su pérdida no es en vano. No era el qué, era el cómo escribía las cosas, su forma de hacerlo, sus anotaciones en los bordes, sus recordatorios de las tareas pendientes… ¿Te das cuenta? Yo hago exactamente lo mismo. —Me atrajo hacia él y me besó como si sus pulmones volvieran a llenarse de oxígeno.
Cogió un papel cualquiera, de los que estaban tirados por el suelo. Se acercó al sofá, cayendo con todo su peso, apachurró esa hoja contra su pecho, cerró los ojos, sonrió satisfecho y se quedó dormido.
Había encontrado sin pretenderlo aquello que no sabía que buscaba, aquello que le daría consuelo para siempre.