Redención.

Abrió la puerta de la casa, con una patada, y recorrió el lugar dando grandes zancadas, respirando con ansiedad, notaba como el pecho se le hacía pequeño y oprimía su corazón.

Seguía dando vueltas por todos los cuartos, necesitaba desahogarse, pero allí hacía mucho tiempo que no vivía nadie.

Entró en una de las habitaciones y se quedó bajo el dintel paralizado, tan sólo durante unos segundos, porque la rabia volvió a apoderarse de él y comenzó a echar abajo todo lo que encontró a su alcance. Volcó una vieja estantería dejando caer los libros polvorientos y ajados que aún guardaba, estampó contra la pared un quinqué que reposaba sobre una mesita destartalada, arrancó con furia lo que parecían restos de láminas que colgaban de la húmeda pared, pisoteó y pataleó los restos del estropicio que acaba de hacer.

Entonces gritó, gritó tan fuerte que asustó a King Arthur, su caballo, que relinchó tan alto como él intentando zafarse de su amarre.

Jack se paró en seco observando a su montura, y se sintió como él, amarrado, desbocado, ansioso, había fallado, no era un hombre, había tenido la oportunidad de matar al ejecutor de su padre y no había sido capaz de hacerlo. Era un blando, no era su padre, ni su tío, ni su abuelo, no se acercaba si quiera a la suela de los zapatos de ninguno de los de la cuadrilla.

Llevaba años preparándose para ese momento, saboreando ese momento de venganza, había soñado tantas veces con ese instante en el que se encontrara cara a cara con el artífice de la muerte de su padre y por ende de su madre, le había visto caer con una bala en el corazón tantas veces… y de todo lo que se podría haber imaginado que saliera mal nunca habría pensado que sería por su culpa, que él mismo le dejaría vivo.

Se desplomó en el suelo, cayendo con todo su peso, un cuerpo muerto, así se sentía. Su vida no servía para nada, él era un fracaso.

Así permaneció durante horas, acurrucado sobre escombros, sobre su infancia destrozada, dejando salir su dolor enmascarado durante años, toda su rabia y frustración.

Hasta que el sol del amanecer le tocó la cara calentándole la piel, se incorporó dolorido, cómo si hubiera recibido una paliza, tenía la garganta seca y sus tripas le rugían desesperadas, llevaba casi dos días sin ingerir alimento. Decidió salir a buscar algo de comer cuando su pie pisó el sombrero, el viejo sombrero negro de vaquero, tan sucio y ajado como él, se agachó a recogerlo y al tocarlo un sinfín de imágenes acudieron a su cabeza.

Se vio en los campamentos en los que había pasado su infancia, rodeado de asaltadores, vio los rostros de todos ellos, sintió el calor de la hoguera y escuchó sus risas y sus canciones, volvió a verse en el río pescando con su tío Arthur, le oyó hablando torpemente mientras intentaba darle consejos y se calaba ese viejo sombrero cuando él le hacía alguna pregunta que no sabía o no podía responder, volvió a sentir la curiosidad que sentía cuando les veía a todos ajetreados yendo y viniendo, el miedo cuando le mandaban recoger sus cosas a prisa porque tenían que mudarse a otro asentamiento, y la ilusión contagiosa cuando llegaban a un nuevo lugar.  Vio el rostro de su padre mirándole de reojo cuando creía que no le veían, en esos momento Jack sentía su amor, era el único momento en el que se permitía mostrarlo abiertamente, volvió a notar el cálido abrazo de su madre, su dulce voz. Vio las miradas de sus padres a través de los años, la conexión tan profunda que tenían, sintió otra vez las punzadas de dolor por las tres personas más importantes de su vida. Y como si de un mecanismo de defensa se tratara su mente volvió a vagar lejos en el tiempo y le colocó en mitad de una hoguera sentado en las rodillas de su madre, rodeado fuertemente por sus brazos, a su espalda su padre, el tío Arthur en una esquina al fondo, mirándoles sonriente, quizás fue la única vez en que los rostros de todos estaban realmente felices, cantaban y bailaban y se acercaban a saludarle, y le decían a su madre.

  • Ya le tienes de vuelta Abigail, lo hicimos, todos juntos, ya está aquí otra vez el pequeño Jack.

Las imágenes se volvieron confusas, un sinfín de carretas y caminos, de huidas, de gritos, llenaron su cabeza como un torbellino de emociones hasta que se frenaron en un recuerdo, el reencuentro con su padre, bajo este mismo techo, en la casa que él había construido para su madre. Ahí estaba plantado, mirándoles nervioso, bajo el mismo sombrero que antes perteneciera a su tío, esperando cualquier reacción por su parte. ¡Qué feliz estaba su madre en esa época! Los miraba llena de orgullo, sonreía al verlos juntos, canturreaba mientras acicalaba el hogar tan deseado… Cuan poco le duró, cuan poco aprovechó a su padre, estaba tan lleno de rabia propia de la edad. Luego todo se tornó oscuro nuevamente, el asesinato de su padre imbuyó a su madre en una tristeza mortal dejando a un joven Jack perdido y sólo en un mundo que cambiaba a marchas forzadas. Se vio regresando a esa casa a enterrar a su madre junto el cuerpo de su padre, rescatando el viejo sombrero y el diario que había comenzado su tío y había continuado su padre, leyendo ávidamente, buscando una explicación a todo, durante años había sentido el peso de ese sombrero que le había llevado a mascar una venganza, durante años había pensado que todo se había orquestado, que cada paso que habían dado su padre y su tío era por su madre. Durante años había sentido que tenía que ser un hombre como ellos, había dedicado su vida a encontrar al asesino que había truncado la vida de su familia y cuando por fin lo tuvo delante no fue capaz, después de estar toda la noche amparado bajo las sombras, esperando el momento adecuado para matarle, no pudo hacerlo, el sol del amanecer se lo impidió esos rayos de luz le borraron la idea de la cabeza y se dio la vuelta dejando a ese hombre ya anciano seguir su rumbo.

Jack se sentó aturdido, todos esos recuerdos le habían dejado sin aliento. La voz de su madre acudió a su cabeza, lejana como un murmullo.

  • No debe ser cómo nosotros, él se merece un futuro mejor.
  • Abigail tiene razón, esto no es una vida digna-dijo Arthur con su tono grave y pausado.
  • ¿Es un chico muy listo verdad? Será un gran hombre, no como nosotros, podría ser cualquier cosa… mi hijo tiene que ser un hombre de verdad y tener una buena vida- sentenció su padre con su voz rota.
  • ¿Entonces estamos todos de acuerdo? – preguntó su madre- Tenemos que conseguir sacar a Jack de este mundo, darle una oportunidad para vivir.

De pronto, todo comenzó a ordenarse en su cabeza y a tener sentido, vio a sus padres enseñándole a leer y escribir, a su tío trayéndole libros, entendió las lecciones de su padre en la granja, la última frase del diario de Arthur “la vida ha de continuar”, la de su padre “mi hijo será un hombre” , las discusiones de su madre para que no hablaran de tiroteos y atracos delante suyo, entendió su sacrificio, sus muertes tomaron otro color, su venganza no tenía que llegar a través de otra muerte, no era sangre lo que ellos querían en sus manos, si no vida.

Sin haberse dado cuenta había hecho lo mejor, al no matar a ese hombre había cambiado su destino, se había apartado de ese camino del que su familia había luchado por apartarle.

Suspiró y en ese suspiro dejó escapar el dolor, la rabia, la frustración acumulada durante años que le había llevado a ser un muerto en vida, a vivir en las sombras.

Se puso el sombrero sin sentir ningún peso ya, sacó su navaja y talló en la pared de su cuarto los nombres de sus padres y de su tío debajo de un gracias y salió al exterior de la casa.

  • Vamos “King Arthur” nos queda un largo trayecto por delante.

Montó en su montura, dejando atrás toda una vida de rencor y dolor y cabalgó en dirección al sol en busca de un futuro mejor.

*Nuestra elección del final de Jack basado en el videojuego Red Dead Redemption 2

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