La Recompensa.

el

Piedad escupió sangre mientras se incorporaba buscando a Gilberto con la mirada.
– ¿Sólo estamos en pie nosotros?-preguntó haciendo un barrido con los ojos.
– Eso parece-dijo el viejo guerrero adelantándose hasta la muchacha-. La inspeccionó el rostro y comprobó que sus heridas no fueran graves.
– ¿Y Merucho?- preguntó ella sabiendo la respuesta de antemano, Gilberto no respondió, simplemente la miró reconfortándose.
– Te enseñé bien, aprendiste bien- luego desvió la mirada cambiando sus ojos-, recojamos los cuerpos, no eran grandes guerreros pero tampoco se merecen pudrirse aquí sin testigos que les velen ni les recuerden.
Piedad asintió tratando de sonreír, se agachó a recoger el primer cuerpo, preparando la posición para cargarlo sobre la espalda. Habían viajado a aquella mazmorra siguiendo la recompensa del alcalde, en una misión de rescate, y ahora lo único que podían rescatar eran cadáveres.
– ¡No, no, NO!- gritó exaltado Gilberto-. No es un saco de patatas que se lleve de cualquier manera, es el cuerpo de una persona que hasta hace nada respiraba, tanto si es una presa, un oponente o un compañero, hay que mostrar respeto por su sangre derramada, recoge sus enseres, limpia su arma, cierra sus ojos para que no vean eternamente el horror de su muerte y pórtalos con la delicadeza de quien lleva un tesoro.

La chica quedó paralizada. No prestó atención al rostro iracundo, ni a la voz en forma de grito que la reñía como si de una niña se tratara, no fue eso lo que la paralizó, lo que la hizo llorar fue la mirada triste y el tono desgarrado de ese viejo que había enterrado ya incontables cadáveres y que ahora observaba el rostro inerte de su único hijo. Un guerrero que quizás se preguntaba quién quedaría vivo para honrarle a él cuando la guadaña le atravesara el alma.
Piedad volvió a agacharse, con todo el cuidado con que su tosco cuerpo fue capaz y se dispuso a ejecutar el rito, él se arrodilló ante Merucho, le limpió la cara y le cerró los ojos con la caricia de un padre.
Uno a uno y en silencio los fueron sacando de allí y depositándolos en la carreta.
Volvamos a Lahm antes de que aparezcan más criaturas de esas- sentenció el viejo.
Piedad se subió con él y por su mente pasó el recuerdo de una de las primeras frases que le había dicho Gilberto cuando partieron de misión en busca de la recompensa.
“Todo camino tiene dos partes, el de ida y el de vuelta y si tienes suerte los dos los harás de pie”

En esas palabras fue Piedad pensando todo el trayecto hasta Lahm, en la suerte que tenía ella sin entenderlo muy bien, ya que al fin y al cabo ella era guerrera y su destino era morir antes que el resto, al igual que Gilberto, pero ambos aguantaban viendo como sus familiares y amigos caían ante ellos.

Cuando por fin llegaron al pueblo, Gilberto salió de su ostracismo, como si se hubiera roto el efecto de algún hechizo. Comenzó a gritar haciendo que la gente del lugar saliera de sus casas y observaran asustados la carreta.
– ¡Alcalde Regkia salga a ver el triunfo de su compañía!
El Alcalde escuchó las voces y salió en el momento en el que el carruaje fúnebre, se detenía ante su puerta, una punzada de dolor y culpa le atravesó el rostro al ver a Gilberto bajarse y coger en brazos el cuerpo de su hijo Merucho, que depositó a sus pies.
– ¿Cuántos más han de morir? – Le escupió con la boca llena de lágrimas-. Entiérrelos usted yo ya he dado mucho a esta tierra. Ésta es la recompensa-. se dió media vuelta sin dejarle siquiera pronunciar una palabra-. Vámonos Piedad, dejemos que se queden ellos con el dolor y los problemas.
La chica se bajó del carro y siguió a su tío.
Regkia les vio partir, no trató de detenerlos, nada de lo que hiciera o dijese les haría cambiar de parecer y tenían razón. Él más que nadie sabía del dolor de Gilberto, de su rabia y sobre todo de la necesidad de irse.

Recogió a Merucho del suelo, volviéndolo a depositar en la carreta, se fijó en el cuerpo del Joven Mago, no estaba ensangrentado como el resto, de su cuello colgaba aún el collar que había visto el día que le fue a buscar.

– Llevar este cuerpo a la capilla y depositarlo en el altar-. con un gesto dio orden de que se llevaran al resto y prepararán los funerales, luego se dio la vuelta,  apretando los puños y entró en su domicilio, cerrando la puerta de un portazo.

– Yo no quería esto Arquímedes, tú lo sabes- Miró a su búho esperando consuelo pero el animal se limitó a girar el cuello-. Todo esto se nos escapa de las manos, nos tienen que ayudar.El Alcalde se acercó a su mesa, se sentó y descargó su furia dando un puñetazo  que hizo saltar al búho, luego respiró hondo y cogió su pluma.– Vas a volver a Lordas socio.

Capítulo de la novela:
Dioses del Multiverso: La Armonía Se Resquebraja

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