El Funeral.

El ataúd salía por la puerta con un ligero vaivén debido al ritmo marcial de sus portadores. El sol lucía fuera iluminando toda la calle, contrastando con los rostros lúgubres y llorosos de los amigos y familiares que esperaban en el exterior para dar su último adiós. Los sollozos y lamentaciones conformaban una letanía con cierto ritmo, el oxígeno de los suspiros era pesado, el ambiente solemne y comedido.

Cuando la pena estaba llegando a su clímax, del fondo de la calle se escuchó una trompeta que tímidamente comenzó a subir sus alegres notas tapando cualquier otro sonido. Todos los allí presentes sintieron cómo esa melodía se les iba metiendo por cada poro de su piel hasta juntarse con sus propios latidos, el rictus de sus rostros cambió,  subiendo ligeramente la línea de sus bocas.

  • Así era él chico.- Una mujer madura de mirada triste se giró al joven trompetista-. Gracias por recordárnoslo.-Luego se giró nuevamente y con los ojos le pidió a otra mujer que hiciera su magia. Ésta recogió el guante y de su boca salieron las palabras que la trompeta marcaba.

En unos segundos todos se unieron soltando su pena a través de palmadas y cánticos acompasados por armónicos movimientos corporales. Los rayos de sol empastaban ahora perfectamente con la algarabía de la danza.

Christofer era un hombre bueno y sencillo, vivía para la música, creía en ella y sentía la imperiosa necesidad de compartirla, todo lo que sabía se lo había enseñado su padre, aunque, a diferencia de él, sus notas eran más alegres y emotivas. Explicaba que a través de la melodía podías cambiar los sentimientos de las personas, hacerles reflexionar, animarles el corazón, darles esperanza en los días nublados. Eso es lo que él hacía con toda la gente que se cruzaba, les llenaba el alma de luz. Cuando alguien se encontraba apesadumbrado acudía a Cristofer en busca de consuelo que se lo daba en forma de concierto privado durante el tiempo que necesitara. No esperaba nada a cambio, ni gratitud, ni alabanzas, ni dinero, sólo sus instrumentos y tu tiempo para llenarte los oídos de su música.

Aquel muchacho de la trompeta lo sabía. Soplaba cada nota con el aire de las enseñanzas de su maestro, consiguiendo transformar un acto de dolor en una expresión de felicidad por haberle conocido. Era todo un espectáculo ver a los congregados al funeral bailando y riendo alrededor de la caja de roble, pero era lo que él hubiera querido.

La melodía llegaba a su fin pero en vez de bajar y cortar la última nota el trompetista la elevó a lo más alto y la mantuvo ahí dejando en todos una reverberación de la propia música, hasta que se hizo el silencio. El coche fúnebre arrancó pero nadie lo miraba, todos tenían los ojos clavados en el cielo.

Le despidieron con el corazón lleno de esperanza y amor, sus ojos reflejaban un profundo respeto. Y así acudieron a sus hogares sin sentir el vacío de su ausencia porque sabían que siempre que le echaran en falta, sólo necesitarían entonar una canción y ahí le encontrarían de nuevo.

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5 Comentarios Agrega el tuyo

  1. ~Aileen~ dice:

    •~…notas musicales en el firmamento, brisa entonando ese último adiós físico. Quien deja huellas musicales o escritas o “almicas”, jamás contempla la desolación del vacío que puede dejar la muerte. Hay Coros en los silencios y melodías en la naturaleza incluso en la lágrima, hay un sonido que junto a una trompeta puede hacer una hermosa sinfonía.~•

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    1. KativaWorks dice:

      Oooooohhh!!!! Que bonito Aileen 🙌🙌👏👏👏👏 Cuanta dulzura y sentimiento… La música son las palabras del alma 😊. Gracias por comentar y aportar parte de tu esencia. Seguimos fluyendo, seguimos conectados. Un abrazo desde Gijón.

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      1. ~Aileen~ dice:

        •~…Gracias por recibir~lo. Cariños para todos!~•

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  2. La eternidad de las melodías lejos de los cuerpos sin vida.
    Ha sido un placer…

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    1. KativaWorks dice:

      Muchísimas gracias!!! Sigamos fluyendo en notas, en palabras, en sentimientos…

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