Son cerca de las 2 de la tarde, la hora punta en Gijón, y la carretera que sale de la ciudad está cortada por un enorme control policial con soldados del ejército. Sobre el asfalto, a unos metros por encima de los coches parados, hay una gigantesca y densa red de color gris. Es todo muy extraño, la gente pita con fuerza en sus vehículos para salir del atasco.
Un enorme zumbido comienza a agitar el suelo. Los coches tiemblan, baila la suspensión.
Sobre el horizonte emerge, con el tamaño de un edificio, batiendo las alas sobre la carretera, una gigantesca y colosal mosca. Con cada aleteo desplaza el aire, con una fuerza atroz, lanzando a los coches varios metros por los aires. La gente huye despavorida.
Corro hacia un coche con la puerta abierta y el motor en marcha, me siento y meto la primera marcha. En ese momento una ola de placer me recorre la espalda, como si alguien acabase de tener el más intenso orgasmo en algún otro punto de la existencia.
El suelo se aleja a toda velocidad. La mente se eleva.
La calle queda lejos allá abajo en el suelo, las terrazas de los edificios, las antenas, el asfalto, todo se aleja de mis pies.
Al fondo se divisan las montañas que rodean la ciudad, las cumbres lejanas van descendiendo. La bruma suspendida en el aire lo envuelve todo, cientos, miles, millones de diminutas gotas de agua flotando, cada vez más densas, hasta que el agua lo rodea todo. Siento el peso del agua, el fondo del mar. Oscuridad.
Manto denso fluido, todo está oscuro, el abismo de las profundidades del abismo. La silueta de una criatura abisal, un pez de otra era, apenas se dibuja bajo el umbral de la luz. Todo es oscuridad y agua, flotando en un ascenso de vértigo. La superficie se acerca, algas, burbujas emergen, espuma que rompe surgiendo del mar.
Chorros de agua cayendo en el ascenso, olas que estallan contra afilados acantilados, los riscos desaparecen allá abajo.
El mar, los campos, las cimas…
Se hunden en el suelo.
mares, plantas y piedras
todo un extenso manto
tendido al horizonte.
Tierra, tierra hasta los confines
Tierra que se extiende.
Tierra que se curva.
Superficie de una esfera.
Tierra que es un círculo.
Un círculo que disminuye
Un círculo que se aleja.
perdido en el vacío.
Oscuridad.
Calma
Silencio.
Mi velocidad se dispara
flotando en el espacio
sin rumbo, a la deriva.
Hasta que allá arriba se vislumbra
un enorme techo de fuego,
lejano, inmenso.
Se extiende hasta donde alcanza la vista.
Lejano, colosal, se aproxima,
todo es fuego acercándose.
El techo se convierte en pared,
una inmensa pared de llamas vertical.
Pared de fuego infinita,
hacia arriba y hacia abajo,
sin límite se extiende,
sube y se hunde a la vez,
todo es fuego.
Una ola a lo lejos,
gigantesca, colosal,
se alza.
Todo es fuego,
llamas alrededor,
brasas que abrazan.
En el centro se siente el calor
se ve la energía,
al propio cuerpo
incandescente, se incinera
hasta todo su ser.
Se incinera, no duele.
Sólo se ve, se ilumina
hasta ser todo luz,
como cuando miras al sol
directamente.
y no ves nada,
todo luz, brillante.
se aleja,
más lejos,
y aparecen nuevos destellos
de colores imposibles,
como olas chocando,
ondas de luz
de todos los colores,
estallando unas con otras
atrapadas en una esfera
como una canica de cristal
con luces congeladas
Una canica que gira sobre otra.
Dos canicas
tres, diez, cien
mil canicas, girando
formando una red
Mis ojos.
Mi cama
Ella…
Iván P. Roche
Un diluvio de versos para un excelente poema.
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