Eternidad.

  • ¡Tienes que hacerlo, habíamos hecho un pacto!-gritó Simón intentando detener la huida de Gabrielle. Su voz más que amenazante, sonaba desesperada y triste.

Ella se detuvo pero no se giró, no podía mirarle, sabía que si lo hacía acabaría convenciéndola.

  • Sé que lo prometí, pero ha pasado mucho tiempo desde entonces, ahora… las cosas han cambiado, yo he cambiado. Lo siento, no puedo hacerlo.

En un rápido movimiento Simón se interpuso en su camino, sus ojos brillaban en la oscuridad como dos ascuas encendidas, abrió la boca levemente, lo justo para dejar ver sus afilados colmillos, parecía un lobo en la noche, tan bello como la primera vez que Gabrielle le vio.

  • ¡Hazlo, me lo debes!-Masticó cada palabra consciente del poder que tenían.

La mente de ambos retrocedió en el tiempo, casi quinientos años atrás, cuando Gabrielle le había pedido a Simón que matara a su creador.

  • Aún me duele pensar en aquel día, pero yo no podía hacerlo, no era tan fuerte como tú, apenas acababa de nacer a ésta existencia, y mi hija… no, no podía permitir que él la privara de la vida por un capricho. Tú estabas de acuerdo. Tú accediste a hacerlo a pesar de los riesgos.
  • Accedí por ti, por ti quebranté la primera norma, maté a mi creador mi compañero durante mis primeros 50 años, por ti vagué escondido entre las sombras durante décadas y tú me prometiste que llegado el momento harías lo mismo, me prometiste que acabarías conmigo.
  • Simón por favor…- Gabrielle levantó la vista y la clavó en los relucientes ojos verdes de él- ¿No ves que no puedo hacerlo? Mírate, tu furia, tu pasión… aún no es el momento, aun estás vivo, aun sientes…
  • No queda nada de vida en mí, lo que ves, esta furia, es mi último estertor, la existencia ha dejado de importarme, ya no encuentro belleza entre la humanidad que nos rodea, ya no espero sorpresas, ni avances en este mundo, solo destrucción y con ella mi propia aniquilación. No quiero convertirme en un ser inerte, una estatua de mármol vagando sin rumbo por siempre.
  • Pero sí hay belleza, cada segundo hay actos de bondad que avivan la esperanza.
  • Son actos efímeros, esa esperanza de la que hablas es solo miedo, es un clavo ardiendo, ellos lo saben y tú también. Te pido Gabrielle, por nuestro amor, que acabes conmigo, no dejes que me vuelva del todo inmortal. Hicimos un pacto, yo salvé a tu hija, sálvame tu a mí ahora.
  • ¿Y qué haré yo?

Simón la atrajo hacia sí y la abrazó y su cabeza buscó el recuerdo del calor que se siente al abrazar otro cuerpo.

  • Deja que me vaya- Le dio un beso suave y se apartó hacia atrás. Hazlo porque he dejado de creer y la eternidad ya no tiene sentido.

Gabrielle sabía que tenía que hacerlo, no solo por el pacto que había realizado hacía cien lustros, sino porque le amaba y si no lo hacía sería su fin, le vería apagarse y dejar de ser y eso la produciría más dolor que su ausencia.

  • Siempre seré parte de ti- Simón se desabrochó la camisa y ladeando la cabeza hacia un lado le entregó su blanco cuello.
  • Te amo-dijo ella mientras clavaba con delicadeza sus dientes.

La sangre empezó a fluir, Gabrielle notó la densidad del líquido llenándola por dentro mientras su mente proyectaba todos los recuerdos de él, notó como su cuerpo se estrechaba entre sus brazos, se fundían el uno con el otro, en un acto físico más profundo que hacer el amor. Bebió ávida cada gota hasta que las imágenes dejaron de sucederse y su cuerpo se convirtió en peso muerto y él desapareció para siempre.

Durante horas sujetó el cadáver, en la misma postura que la “Piedad de Palestrina”. Cuando  vio que la noche  comenzaba a teñirse de luz salió fuera, se dirigió al cenador del jardín y sobre el banco de piedra depositó el cuerpo y se alejó de nuevo a la seguridad del sótano.

Sabía que el sol haría su trabajo, quemaría cada centímetro de su hermoso Simón volviéndole cenizas que se mezclarían con el entorno, alimento de la naturaleza de aquel jardín que habían ideado juntos, fluiría a través de ella y a través de cada planta de aquel lugar. Sería eterno para siempre. “Qué ironía” pensó Gabrielle y su boca dibujó una sonrisa antes de cerrar los ojos.

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