Sombreros para la mente.

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Aquella soleada mañana de primavera en Gijón, Karen se había ido a una despedida de soltera en León.

-¿Te encargas tú del blog el fin de semana?
-Sí, no te preocupes- le había respondido Charlie con total seguridad.
Eran las doce de la mañana del domingo y aún no había publicado nada.

El día anterior había utilizado una de las reflexiones de Karen sobre la relación entra las personalidades de escritor y empresario, una de las muchas acumuladas en los dos años de encierro en la caverna escribiendo, estudiando y debatiendo. Pero el domingo no tenía nada. No porque no tuviera ideas ni textos, sino porque, una vez más, se había dejado llevar por el entusiasmo de querer publicar una idea concreta que aún no estaba redactada, sólo existía en su cabeza, no había cambiado de dimensión.

Al dormirse la noche antes, el texto pasó por su mente de la primera a la última palabra. Se despertó a las 6 de la mañana gruñendo al ver que el sol ya daba claridad en las calles porque alguien le había robado una hora, el maldito cambio horario, su día más odiado del año. Encendió el ordenador y comenzó a teclear el texto que recordaba haber leído casi en sueños.

Era una reflexión sobre la idea que plantea M. Night Shyamalan en su película «Múltiples», donde presenta el trastorno mental como un superpoder real. El razonamiento le había explotado la cabeza, desbloqueando nuevos caminos mentales en la última semana, cuando la teoría había surgido durante una charla filosófica en un ensayo. Quería, o más bien, necesitaba compartirla y tras una hora tecleando se dio cuenta de que había perdido completamente el rumbo del mensaje. La víspera en la cama, justo antes de dormir, había leído el texto perfectamente claro en su cabeza, así que cogió la guitarra y, tras tres horas clavándose las cuerdas en los dedos con punteos y canciones aleatorias, apagó el ordenador y se puso a limpiar la casa. Al menos Karen, cuando llegase, encontaría un hogar limpio e impoluto en lugar de un texto publicado.

Recogió el salón, sumido en el desorden de un día en solitario, y después fregó los cacharros acumulados en el fregadero, ¿de dónde narices habían salido tantos en un solo día? Llevaba ya dos horas de limpieza, el sol había terminado de instalarse en las calles de la ciudad sobre un manto gris cobrizo de polución, el agua del grifo le refrescaba las manos envueltas en jabón mientras frotaba los platos cuando el texto volvió de nuevo a su cabeza, esta vez ordenado, y no tenía nada que ver con la película ni con nada de lo que había escrito. No pensaba, sólo sentía el agua fluir sobre la piel de sus manos cubiertas de jabón sujetando los platos. Los sombreros.

Primero vio la imagen de su profesora de filosofía en el instituto, ella le había hablado por primera vez de los sombreros, pronto se transformó en su profesor de psicología creativa en la facultad, él le había explicado cómo funcionaban los sombreros. Los dos tenían que formar parte de lo que recientemente había bautizado como «equipo de cavernarios», donde agrupaba a todos los que, de algún modo u otro, formaban parte de esa cadena de descubrimientos que había comenzado cinco años atrás con un viaje a Paraguay, cuando Karen y él se encontraron.

Su profesor de psicología le había explicado esta herramienta creativa llamada «Seis sombreros para pensar» . La teoría fue publicada en 1984 por Edward de Bono tras una sesión de «Tormenta de ideas». El psicólogo maltés describió el proceso de toma de decisiones del cerebro con seis sombreros, cada uno representando el rol que toma una persona en un momento determinado para solucionar un problema.

Blanco: Sólo se valora hechos y verdades, realidades empíricas demostrables.

Rojo: Se centra en aportar ideas emocionales, sólo se preocupa de la intuición y los sentimientos.

Amarillo: Sólo busca el lado positivo de cada idea, su misión es construir y transformar los problemas en oportunidades.

Verde: Sólo le importa la ejecución, no los juicios, su misión es que las ideas resulten viables y se ejecuten rápido. Busca hechos, no palabras, por eso ofrece alternativas y puede tender a provocar a los otros sombreros.

Negro: Valora los aspectos negativos de la idea, es el que plantea los problemas y dice por qué una idea no va a tener éxito. Puede parecer el más odiado, pero es quien pone a prueba al resto de sombreros.

Azul: Controla las ideas de los demás, su objetivo no es aportar ideas sino tomar las de los otros sombreros, ordenarlas y sacar conclusiones, realiza el seguimiento de la idea para que no se pierda.

El agua fría seguía corriendo por sus manos, aunque había dejado de fregar y se había quedado ensimismado con la mirada perdida en el dibujo de los azulejos, recordando las palabras de su profesor de creatividad cuando le enseñaba esta teoría como herramienta creativa. Cerró el grifo.

No era una herramienta creativa, era una descripción de cómo funciona nuestro cerebro y su conexión con los que están fuera de la caverna. Eso es lo que intentaba expresar en su texto, lo mismo que había leído la noche antes en su cama cuando se quedaba dormido. Eso es lo que M. Night Shyamalan intenta expresar con su película «Múltiples»… o así lo entendió Charlie.

Abandonó la limpieza a la mitad y volvió frente al ordenador, fue ahí donde entendió que de nada servía forzar los textos, las palabras salen cuando tienen que salir, no antes ni después.

Abrió una página en blanco y empezó a teclear sin pensar.

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