Un buen empresario es aquel que tiene olfato para los negocios, busca y encuentra aquello donde invertir. Tiene visión, husmea cada esquina, cada doblez, baraja posibilidades, ve cambios, estadísticas, planifica y recrea un mercado a posteriori. No es fácil, no todo el mundo tiene este don, ver aroma de futuro, ver donde otros no alcanzan, a veces se equivocan pero así su nariz se especializa y profesionaliza, descarta e identifica olores rancios. Son personas muy valoradas.
Poseen pues, una imaginación analítica, son guionistas racionales, capaces de hacer una película mental y sacarla a la luz. Apuestan por el proyecto, está todo organizado en carpetas, aunque algunos son pasionales y parecen desorganizados, está todo en su cabeza y consiguen transmitir esa visión, meter a la gente en su bolsillo donde está su obra.
El escritor tiene ese don, tiene la misma nariz pero menos aguileña. Su olfato busca de igual modo, encuentra esa idea, ese personaje que inspira, ese lugar donde desarrollar una historia. Su cabeza está llena de archivos, un caos cerebral, tiene esa pasión, esa visión… Pero hay una diferencia, es más difícil meter a la gente en el proyecto porque una historia no da billetes, es difícil ver futuro en papel manchado de borrones de tinta. Olfato y visión, racional pero no real, no es tangible.
Ambos aprenden de errores, buscan esquirlas, obstáculos meten a las personas en su mente para mostrarles la visión. Uno tiene palmadas en la espalda, el otro empujones. Con uno hay que creer, con el otro tener fe. No es falta de apoyo es falta de tocar lo irreal.
Entonces ¿qué pasa si se mezclan las dos partes, el olfato para los negocios y el olfato para contar historias? ¿Qué pasa si encuentras un negocio que puede ser rentable y ves en ello la narración de una historia?
“Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz sayón y escriba…”
érase una nariz que husmeo y encontró sueño y realidad….
Kativa Works 